Cuando el horror se apropia de un país, el dolor se inscribe como herencia

Lic. Carolina Alvo

Resumen  

El presente trabajo es una propuesta a modo de ensayo, para pensar el fenómeno inédito en nuestro país, acerca de las apropiaciones de bebés ocurridas en la última dictadura militar.  

Serán tomados fragmentos de entrevistas públicas (en medios de comunicación) de discursos de cuatro jóvenes apropiados y restituidos. La finalidad es analizar y poner en tensión las experiencias subjetivas de los jóvenes con la propuesta teórica brindada por Silvia Bleichmar que nos permite pensar acerca de dichos fenómenos. Reconociendo la singularidad de cada uno de los caminos recorridos por los jóvenes “hijos de desaparecidos restituidos por las Abuelas de Plaza de Mayo”. 

“Desaparecidos”, “Abuelas”, “jóvenes restituidos”, son los significantes que tuvieron que ser construidos en nuestra sociedad para poder nombrar secuelas de la historia de nuestro país. Se busca pensar desde el psicoanálisis las producciones y resonancias en la construcción psíquica de dichos jóvenes.

Apropiación/ adopción 

En principio se delineará la noción de apropiación, diferenciándola de adopción; para luego desarrollar relatos de jóvenes apropiados en relación a conceptos teóricos acerca de los orígenes de la construcción psíquica, desde la teorización de Silvia Bleichmar.  

Se habla de apropiación de niños porque se produjo una filiación falsa, amparada en el terrorismo de estado, siendo partícipe del delito, impidiendo crecer con su verdadera familia, conocer su verdadero origen, su verdadera historia.  

Es un doble arrebato dice Riquelme (2009), “por un lado la desaparición de sus padres y la propia, a lo que siguió el ocultamiento y la enajenación de su identidad”. Son estos dos ejes, los que marcan la diferencia de una apropiación con una adopción, Bleichmar (1986) agrega que es la interdicción del asesinato y la apropiación del cuerpo del niño operando como objeto de goce bajo el modo de anulación del ser; dado que los apropiadores conocían la identidad de origen y realizaban, conscientemente, una operación anulatoria de la filiación preexistente. 

Estos niños fueron tomados como “botín de guerra” (Nosiglia, 2007) falseando sus nombres, edades, privados del lugar que ocupan en el deseo, en el afecto de los suyos y de los valores familiares. 

Se trasluce en el relato de Victoria Montenegro, cuando recuerda Él me decía (refiriéndose a su apropiador) que la apropiación era un acto de amor, que me habían criado con cariño. Y fue él mismo quien asesinó a mis padres, me había dado el arma con la que los mató, y hasta hace poco tiempo yo la tenía en mi casa. Ahí no hay amor. Me la había dado para que se la cuide porque cuando se lo llevaron detenido tenía que entregar el arma, el arma reglamentaria. Esa arma representa mis propias contradicciones. Ya no está más, ya no está, ya se fue. Hay mucha perversión en todo esto (Nieta restituida por Abuelas de Plaza de Mayo, Entrevista en el diario El país, 26 de abril de 2011). 

En estas palabras se encuentra este taponamiento de la criminalidad que está en juego; “es imposible sin el cambio de las condiciones existentes, abrir ninguna posibilidad de salud y productividad psíquica, verdad que guarda restos de lo siniestro” (Bleichmar 1993, p. 118).  

La situación de secuestro-apropiación mantiene psíquicamente vigente la experiencia del horror sufrido. Teubal (s/f) lo describe como ese horror con el cual el niño convive familiarmente, pero del cual no se puede hablar pues está impuesto el secreto, porque para sobrevivir psíquicamente fueron obligados a interpretar como verdadera una realidad que no lo es y a investir como parentales a figuras fraudulentas. 

Claudia Poblete lo describe: Me enteré en un juzgado, yo no me busque, me encontraron. Fui preparada para no creer nada, cuando vi la foto me encontré. De grande me enteré de muchas cosas, yo viví en una burbuja, no sabía que existía Abuelas. Es uno mismo que mira para otro lado y el otro que lo apoya para eso, siempre digo que hice muy bien el juego de hacerme la tonta, yo sabía que no podía ser hija de los padres que me criaron, por la edad, era simple matemática” (nieta restituida por Abuelas de Plaza de Mayo en el año 2000). 

Esto imprime un trabajo psíquico en el cual, tomando las palabras de  Bleichmar (1986), se produce una “obturación del enigma”, por efecto anulando la posibilidad de abrir un espacio psíquico a pensarse, preguntarse, porque se está en el lugar de encarnar el botín de guerra.

Sería según la autora una “expropiación ontológica: la identificación filiatoria no se ofrece como un pleno que viene a llenar el vacío abierto de una precipitación remitida a la anticipación estructural del sujeto que se ofrece tanto en el niño en contigüidad biológica con sus padres como en la adopción, sino como un pleno ofrecido con la intención de anular otro pleno, razón por la cual el riesgo de desbordamiento fantasmático de los apropiadores se juega al modo de una obturación del enigma del lado del niño” (Bleichmar 1986, p. 119). 

Le contaban sus apropiadores a Victoria Montenegro “Cuando te fuimos a buscar a la comisaría hicimos dos cuadras y te tiramos toda tu ropa, para que no quede nada de tu pasado”; y obviamente, me formaron toda la vida para que no quede nada

Juan Cabandie cuenta: a partir de que pierden un bebé antes de nacer o durante el mismo nacimiento, tienen la necesidad de completar la familia con un estándar de familia tipo, de ser cuatro integrantes, y toman la decisión de apropiarse de un bebé ajeno. Y el lugar de poder y la impunidad los llevaba a agarrar chicos nacidos en centros clandestinos. La mujer que me crió me trataba bien, trató de suplir lo que era mi apropiador, pero yo ahora tampoco tengo relación con ella porque yo no puedo entender una mentira de 25 años (nieto restituido en el año 2003).  

Inscripciones de un estado hecho terror 

Lo que se inscribe, señala Bleichmar (1993), es del orden de un plus y no de la falta, es el exceso excitante de la huella del objeto, del objeto que no encuentra ya resolución del lado de la tensión autoconservativa. “Lo que se inscribe entonces es la experiencia placentera -vivencia de satisfacción- pero al mismo tiempo desbordante de excitación de encuentro con el objeto. Por eso la fundación del psiquismo representacional está en el exceso producido en el intercambio interhumano, tiene que haber un excedente para que haya representación en el sujeto y este excedente es un plus que no se reduce a las tensiones autoconservativas. Entonces la representación es efecto de una experiencia que se recrea alucinatoriamente, que no va a la búsqueda de un objeto exterior sino que pretende un reequilibramiento intrapsíquico” (Bleichamar 1993, p. 37). 

Es la madre provista de inconsciente, una madre que parasita ayudando a producir los primeros componentes representacionales bajo la alucinación primitiva, creando vías de ligazón. Pero esto podría no darse; entonces la acción materna sólo producirá excitaciones y representaciones no necesariamente a la relación mediada con la realidad, productoras simplemente de una realidad psíquica, que no vamos a llamar subjetiva porque no está dentro de nada, sino que está simplemente inscripta en el aparato, o en la tierra, que estaría destinada a producir representaciones ( Bleichmar, 2009, p. 144). 

Cueto (2004) para pensar las diversas inscripciones de las representaciones dice: “se encuentran las que Freud llamó signos de percepción, constituyen inscripciones de carácter sensorial, vivencial y no lenguajero. Son lo más arcaico del psiquismo, aunque no lo más antiguo, son inscripciones no articuladas a ningún sistema y no tramitadas por el lenguaje en sentido estricto”. 

Son formas de representación primarias que no remiten a nada. Se activan sin que se pueda asociarlas, requieren ser constituidas en indicios, enigmas, una vez constituido el sujeto. Si son retranscriptos, por desplazamientos y condensaciones  pasan a formar parte de la representación cosa (Bleichmar 2009, p. 292). Un signo de percepción queda ensamblado y reprimido, deviene algo del orden de lo originario. Si queda suelto y librado a la insistencia deviene algo del orden de lo arcaico.  

Encontramos también  inscripciones a las que llamamos restos representacionales, si bien de origen lenguajero nunca fueron engarzados en la lengua, en palabras de Bleichmar, “desprendidos de la lengua,  nunca fueron pasados por el lenguaje, en el sentido estricto del doble código de la lengua. No constituyen lo más antiguo del sistema, dado que ingresan permanentemente a lo largo de la vida constituyendo vivencias inmetabolizables, intraducibles, al modo de lo traumático”. Constituyen representaciones no fijadas a ningún sistema, son parte del flujo magmático. En el sujeto constituido lo inédito ingresa como enigmas investidos, que generan interrogantes. 

Continuando el recorrido propuesto por Bleichmar (2009), para trabajar el carácter de indicio de los signos de percepción, toma la obra de Pierce15, quien define al signo como un representamen para el cual se tiene la regla desde el punto de vista del interpretante y eso deviene un símbolo. Los signos de percepción tienden a reencontrarse bajo formas indiciarias con objetos del mundo, son representaciones que se caracterizan porque son activadas, si no son frenadas, en su encuentro con el objeto del mundo y tienden, si están muy investidas, a tomar a su cargo toda energía psíquica. 

El indicio, en términos de Pierce (Bleichmar, 2009), no es equivalente al signo de percepción. Alude a un método de lectura de la realidad, no a su inscripción. Lo que caracteriza al indicio es que no hay, a su respecto, regla de interpretación, no hay «interpretante», no es triádico. En el caso del símbolo existe el elemento presente, aquel al cual remite, y un tercero que permite su interpretación. Hay allí convención posibilitadora del sentido, por eso el signo lingüístico es el prototipo del símbolo. 

Al encontrarse con lo real los signos de percepción, eso real le hará signo. Distinguir signo de percepción permite darle un estatuto a un tipo de representación, que sería lo que aparece en lo arcaico, al modo de lo no ligable y no ligado. Mientras que  la representación tiene la característica de ser siempre una recomposición, una metábola, el signo de percepción puede no ser metabolizable, es la primera  inscripción de un elemento que no se recompone, por eso tiene la característica de que, aun estando en el psiquismo, no entra en articulación con otro.  

Lo «arcaico» y lo «originario» (Bleichmar, 1993) responden a dos modos del procesamiento psíquico y definen dos formas de intervención en función de que lo arcaico es lo nunca tramitado en lenguaje en sentido estricto, en el interior del código, ensamblado al doble eje de la lengua, expulsado del preconsciente, fijado al inconsciente, sino que opera como fragmento de realidad psíquica en el sentido más estricto, adherido a lo vivencial, inscripto pero no articulado en alguno de los dos sistemas que se rigen por legalidades y contenidos diferenciados.  

Me interesa hacer una pausa del desarrollo teórico para pensar una anécdota que cuenta Claudia Poblete  y pensarla en relación con estos modos de inscripción: Yo solía jugar a que andaba en silla de ruedas cuando era muy chiquita, andaba en esas sillas de oficina que tienen rueditas y andaba que no podía caminar, tenía 6, 7, años y todo el mundo se ponía loco: “¿qué le pasa a esta chica, que juega que está paralítica, que juega a que no puede caminar?”. Cuenta su abuela que cuando ella tenía 6 meses, el padre la sentaba en la falda y mi nuera daba vuelta la silla de rueda y los tres se mataban de risa

Podemos en este relato encontrar cuál ha sido la inscripción que ha quedado, 30 años después, con su identidad restituida y el relato de su abuela biológica que permite hacer símbolo de ello como un juego de niña, pero a sus 6 años, cuando usaba la silla de la computadora como la silla de ruedas es posible pensarlo, por su carácter metonímico entre ambos, como un signo que no remitía a nada, sin ligazón. Lo que está inscripto y no pretende significar nada del mundo exterior, es en sí. Cuando se encuentra con el objeto del mundo, avanza y entra en contacto. Sólo el discurso puede significarlo. 

O pensar también en Juan Cabandié: Lo más duro en mi caso, fue buscar algo y no saber qué; buscaba mucho, no sabía qué buscaba, no le podía poner palabras a lo que buscaba. No podía conmigo mismo. Buscaba, buscaba cosas. Me deprimía con intermitencias. Tenía vacíos. En realidad yo nunca tuve nada, porque siempre me faltaba algo. O la manera en que un significante como lo es el nombre propio, vuelve en él desde afuera en que le gusta ese nombre, para él o su hijo: Antes de saber, le dije a un amigo, “yo me quiero llamar Juan”. Y a mi novia el 25 de enero, el resultado me lo dieron el 26, le dije “si tenemos un hijo le quiero poner Juan”; vuelve en este caso a ser ligado a partir de lo que le cuenta una compañera de la madre: Tu mamá te llamó Juan porque quería que fueras tan simple como Juan. Los signos de percepción irán sirviendo, en el espacio analítico, para ir marcando de qué manera se recomponen las formas de simbolización (Bleichmar, 2009, p. 322). 

Es interesante la postura de Castoriadis (extraído de Bleichmar, 2009), que denomina al individuo socialmente instituido. En él la representación es un magma: un tipo de ser que es uno  y es muchos, que no es un conjunto de elementos definidos y distintos, pero tampoco un caos. No es un conjunto, pero de él pueden extraerse conjuntos de modo indefinido; se presta a la lógica de conjuntos e identitaria, pero ésta no lo agota. Como magma, las representaciones se presentan estratificadas en una pluralidad de instancias, de acuerdo a diferentes momentos históricos, diferentes lógicas y diferentes modos de funcionamiento de la psique. Así se produce la representación magmática del objeto (no existe la representación de un objeto, ésta es magmática). Tiene en cuenta que ciertos aspectos de las relaciones sociales marcan los modos primeros de inscripción de sus representaciones y su metabolización (principio de recursividad organizacional). 

Expresa la autora: “una vez constituido el sujeto psíquico la realidad exterior opera desdoblada bajo dos modos, por un lado como realidad significada o significable -en términos de Castoriadis: instituible- capturada por el lenguaje y no sólo por el lenguaje como código organizador sino por los discursos significantes que le dan forma y la transforman en instituyente; y por otro la realidad no significada, no capturable, exterior no sólo a la subjetividad sino a los modos con los cuales el discurso socialmente producido permite su captura, pero que ejerce, sin embargo, impacto traumático en el borde mismo de lo significado” (Bleichmar, 1999). 

En el relato de Victoria Montenegro, vemos como realidad instituida: Yo consideraba a Herman (Tetzlaff) como mi papá, hablaba de la causa: la causa no sé qué era exactamente, pero era una bandera celeste y blanca; ellos eran los buenos, había una causa nacional; era el olor a cuero, las botas, la familia cristiana, la misa, cenar afuera; para mí la subversión se estaba vengando de ellos que habían sido soldados; que los desaparecidos eran mentira, pensaba que no eran personas físicas, sino un invento de las Abuelas. Tetzlaff cada vez que aparecía en TV algo que no cerraba con ese relato, me sentaba a adoctrinarme. Me dieron los análisis de ADN, dijeron que en un 99 por ciento yo no era hija de ellos, pero yo dije que me quedaba con ese uno por ciento, porque sí era hija de ellos

En esta línea Bollas (1991) expresa “la estructura de uno es la huella de un vínculo. El trato que damos a nuestro self como objeto, hereda y expresa en parte la historia de nuestra experiencia como objeto parental; por eso es correcto afirmar, para cada adulto, que ciertas formas de autopercepción, autofacilitamiento, autotratamiento, autorrehusamiento, expresan el proceso parental internalizado, que sigue empeñado en tratar al self como objeto”..

También podría pensarse en Claudia este doble ingreso: La versión que se contaba en mi casa de la dictadura era que ellos eran perseguidos por la subversión, que tenían miedo a las bombas. Yo no sabía que existían las Abuelas de Plaza de Mayo. Entonces para mí eso terminó siendo un armado para perjudicar a los Landa (apropiador). Creía que el análisis de ADN era mentira, pero cuando el juez me mostró la foto mía de bebé, me reconocí inmediatamente. 

En concordancia con los postulados teóricos, tomo por último a la sublimación como uno de los posibles destinos de pulsión. Según Castoriadis (citado por Cueto 2004) “es la capacidad de producir lo que no está. Es el destino pulsional que transforma el placer de órgano en placer de representación e inviste objetos establecidos histórico-socialmente, a los que después puede cuestionar mediante la reflexión”. Continúa citando “Por su parte Bleichmar dice que la sublimación como el destino principal de la pulsión requiere que algo del orden del placer pase, pero absteniéndose del goce erógeno como destino principal”. 

Se podría observar en el caso de Juan, como conductas sublimatorias en una adolescencia marcada por la crisis de identidad: Me preguntaba mucho ¿por qué pienso distinto a él? (su apropiador) ¿Por qué dediqué ocho años de mi vida a ir a una villa miseria o hogares de chicos huérfanos?; actividad militante que realizaron sus padres, pudiendo identificarse hoy con este rasgo, entramar sus actos a su historia, y elegir como vocación la política. Es interesante lo postulado por Bollas (1991): “la certeza de la persona  de que el objeto producirá transformación; esta certeza se basa en la designada capacidad del objeto para   resucitar el recuerdo de una transformación temprana del yo. Si bien no hay disponible ningún recuerdo cognitivo de la experiencia del infante con su madre, la búsqueda del objeto transformacional, y la designación del que ha de rescatar una transformación ambiental, es una memoria del yo. Tan pronto como las tempranas memorias del yo son identificadas con un objeto que es contemporáneo, la relación del sujeto con el objeto se puede volver tanática.  Antes que la madre sea personalizada por el infante como objeto total, ella operó como una región o fuente de transformación, y, puesto que la subjetividad naciente de aquel consiste casi por entero en la experiencia de la integración del yo (cognitiva, libidinal, afectiva) el objeto primero es identificado con las alteraciones del estado del yo. Esta experiencia del yo que consiste en ser transformado por el otro, permanece como una memoria que puede ser re-escenificada en experiencias estéticas  en una amplia gama de objetos a los que la cultura presta valor transformacional (automóviles nuevos,casas, empleos) y que prometen un cambio completo del ambiente interior y exterior(p 45-46). 

Repensando 

En la historia de dictaduras, exilios, secuestros, torturas y robos de niños, que atravesó a nuestro país, hoy posibilitado por los 37 años de democracia, podemos aún seguir analizando secuelas que ha dejado en lo social, histórico y singular.

El robo de niños como objetos de apropiación, con las características perversas que ha adoptado en nuestro país, nos pone frente a un fenómeno único, el cual nos llena de preguntas respecto a la compleja red de construcción y reconstrucción identitaria que los jóvenes restituidos hijos de desaparecidos vivencian.    

Las palabras de Silvia Bleichmar permiten pensar el acto de la restitución de la identidad en los jóvenes apropiados como traumático, por el exceso energético dentro del psiquismo: “considerar al traumatismo como constituyente histórico, modo de incidencia de lo acontencial en un tipo de entramado que le otorga algún tipo de significación implica la recuperación de la historia singular. Donde el umbral es atravesado, ya no como escalón económico, sino como cantidad significante de elementos capaces de perturbar la economía psíquica, obligando a un trabajo de reelaboración, o de religazón, o de recomposición para darle algún tipo de textura. Y la génesis debe ser pensada a posteriori, por après coup, siguiendo el sistema de recorridos que permiten la comprensión del fenómeno actual” (2009, p. 78). 

En palabras de Claudia: Tengo que conocerlos y a la vez perderlos, todo en el mismo momento, para mí es muy difícil. Pero haber encontrado mi pasado me permite plantear mi futuro sin miedos viejos; significa el alivio que me causa la sensación de que no hay más agujeros negros en mi historia

Córdoba, diciembre de 2011

Bibliografía 

·   Bleichmar, Silvia, 1999, Clínica psicoanalítica y neogénesis. Amorrortu. 

·   Bleichmar, Silvia, 1986, En los orígenes del sujeto psíquico. Amorrortu. 

·   Bleichmar, Silvia, 1993, La fundación de lo inconsciente. Amorrortu.

·   Bleichmar, Silvia, 2009, Inteligencia y simbolización, una perspectiva psicoanalítica. Paidós 2009. 

·   Bollas, Christopher, 1991, La sombra del objeto. Psicoanálisis de lo sabido no pensado. Amorrortu.

·   Cueto, Amanda, 2004, Esquema de la complejidad psíquica, la compleja relación entre psiquismo-subjetividad.  EDUCC. 

·   Diario El país, 26 de abril de 2011. Entrevista a Victoria Montenegro. 

·   Diario Página 12, 29 de agosto de 2011. Entrevista a Claudia Poblete 

·   Diario Página12, 24 de agosto de 2011. Entrevista a Juan Cabandié. 

·   Documental ¿Quién soy yo? Canal Encuentro, Ministerio de Educación de la Nación. Testimonios de: Juan Cabandié, Claudia Poblete, Victoria Montenegro; nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo

·   Nosiglia, Julio, 2007, Botín de guerra. Abuelas de Plaza de Mayo. Disponible en www.abuelas.org.ar

·   Riquelme, Daniel, 2009, “Centro de atención por el derecho a la identidad Abuelas de Plaza de Mayo”. En Psicoanálisis: identidad y transmisión. Eusko. 

·   Teubal, Ruth, s/f, “La apropiación”. En La restitución de niños desaparecidos- apropiados por la dictadura, p. 230. 

Cuando el horror se apropia de un país, el dolor se inscribe como herencia