Vivir el horror, escribir desde el dolor: Una reflexión en torno a los poemas

escritos en la ESMA por Ana María Ponce

Autora: Carla Deheza

(Programa Historia y Memoria U.N.S.L  – 4 de mayo 2019)

Introducción

La Dictadura Cívico-Militar Argentina contó con numerosas mujeres entre sus miles de víctimas. Los campos de concentración distribuidos por distintos puntos del país fueron los dispositivos de desaparición privilegiados de los que se valió la Dictadura para imponer el terror generalizado.

Dentro de los Centros Clandestinos se puso en marcha un complejo aparato que tuvo como objetivo final el exterminio de los detenidos y para eso fue necesaria la ruptura total de su identidad.

Frente a estos mecanismos, algunas personas lograron articular formas de negar la lógica del campo mediante diferentes estrategias. La de Ana María Ponce, fue la escritura. Afirma Rukeyser que “un poema invita a sentir. Más que eso: invita a responder” (citado en Rivera Garza, 2011, p. 161) en este sentido consideramos que las palabras de Ana María constituyen una verdadera práctica de resistencia frente al dispositivo desaparecedor del campo de concentración.

Analizar los poemas de esta militante nos abre la posibilidad de pensar la historia reciente y de complejizarla a través de las voces de las mujeres asumiendo que nuestro conocer obedece a formas situadas y en contexto y que “nuestras cuerpas no pueden separarse de aquello/as por lo/ as que preguntamos” (Alvarado, 2017, p.39).

Desde esta posición pretendemos contribuir a la construcción de la memoria colectiva que como afirma Elizabeth Jelin “raras veces puede ser hecha desde afuera, sin comprometer a quien lo hace” (Jelin, 2002, p.3).

Desarrollo

Ana María Ponce nació en la provincia de San Luis, pero cursó sus estudios universitarios en La Plata. Allí comenzó militar en la Juventud Peronista y conoció a su compañero. En 1977, un comando parapolicial de la Marina la secuestró en Capital Federal, su compañero había desaparecido unos meses antes. Tenía 26 años y un hijo de tres. Permaneció en la ESMA hasta febrero de 1978 y durante esos meses escribió poemas que son objeto de nuestra reflexión.

Haremos mención brevemente sobre las prácticas de exterminio dentro de los campos para ir descubriendo en las palabras de nuestra militante las posibilidades de resistencia. 

Las prácticas de exterminio de la Dictadura comenzaban con el secuestro de la persona, la tortura física después y finalmente la puesta en marcha del proceso de desintegración total que implicó el aislamiento, o sea la ruptura del prisionero con el mundo exterior y afectivo y su reemplazo por el del Campo de Concentración. Se sumó a esto la inmovilidad permanente, es decir las víctimas pasaban sus días con los ojos vendados y atados de manos y pies perdiendo así la capacidad de visión y la noción de tiempo.

Dentro de estas prácticas, el“trabajo esclavo” fue una forma más de destrucción de la identidad 

Siendo el trabajo en sí mismo un elemento estructurador para la construcción de la identidad en condiciones normales, en las circunstancias concentracionarias del campo se constituyó como un elemento fundamental para la fractura de la personalidad del secuestrado y la imposición de la identidad que pretendía el perpetrador (AbalosTestoni, Grassetti, Contreras, Riveiro, Silveyra, 2014, p.102).

Se intentó que el secuestrado se cuestionara su propia identidad contestataria, al encontrarse haciendo labores relacionadas al funcionamiento del Campo.

Paradójicamente, esa práctica de exterminio resultó provechosa para los prisioneros porque el “trabajo esclavo” les posibilitó salir de la situación de oscuridad e inmovilidad permanente. A través del movimiento de sus cuerpos y de ocupar sus pensamientos, algunos de ellos pudieron tejer una forma de resistencia de la propia subjetividad.

Ana María realizó trabajos en el sótano de la ESMA manejando una máquina de escribir. Es dable pensar entonces que esto le permitiera, en parte, sostener su subjetividad. Así parece señalar el primero de sus versos “Para que la voz no se calle nunca, /para que las manos no se entumezcan, /para que los ojos vean siempre la luz, /necesito sentarme a escribir/en este preciso momento en que/todo comienza a ser silencio” (Ponce, 2011, p.16).

Señala Pilar Calveiro que “Los testimonios de cualquier campo coinciden en la oscuridad, el silencio y la inmovilidad” (Calveiro, 2004, p.28).  La poeta puntana se enfrenta a estas condiciones, En varios de sus poemas encontramos referencias a la luz, a la claridad “Busco la luz, /aún encerrada entre paredes, /busco el sol, /la vida, /los pájaros” (Ponce, 2011, p.22) a través de la palabra escrita ella intenta vencer  la muerte.

Además, dentro del dispositivo se dispusieron todos los medios para quebrar cualquier tipo de resistencia. Fue fundamental profundizar en el imaginario de los prisioneros la desconexión total con el mundo exterior 

Los números reemplazaban a nombres y apellidos, personas vivientes que ya habían desaparecido del mundo de los vivos y ahora desaparecerían desde dentro de sí mismos, en un proceso de «vaciamiento» que pretendía no dejar la menor huella. Cuerpos sin identidad, muertos sin cadáver ni nombre: desaparecidos (Calveiro, 2004, p.28).

Ana María asume esa pérdida “Detrás de mí, /quedó un mundo que ya no me pertenece…/Me miro los pies. /Están atados. /Me miro las manos, /están atadas, /me miro el cuerpo; está guardado entre paredes, /me miro el alma, /está presa” (Ponce, 2011, p.58)

Sin embargo, en los párrafos siguientes, la poeta niega la lógica de la tortura 

imagen de Pablo Bernasconi
Imagen de Pablo Bernasconi

Me miro, simplemente

me miro y a veces

no me reconozco…

Entonces vuelvo a mirarme,

los pies,

y están atados;

las manos,

y están atadas;

el cuerpo,

y está preso;

pero el alma,

¡ay! el alma, no puede

quedarse así,

la dejo ir, correr,

buscar lo que aún

queda de mí misma,

hacer un mundo con retazos,

y entonces río,

porque aún puedo

sentirme viva.

(Ponce, 2011, p.58)

El mundo exterior ya no existe, pero el mundo que los perpetradores pretenden crear es resistido, a través de retazos de aquello que alguna vez fue propio, hay una obstinación por aferrarse a eso para seguir viviendo.

Es preciso entonces preguntarse a qué pretende aferrarse está militante. Nosotras consideramos que es al mundo de los afectos, principalmente (aunque no solamente) a su hijo y a su compañero 

Hay una cosa que me alimenta

y son tus ojos, pequeño.

Tus ojos de risa feliz,

tus ojos de luz azul.

Te miro,

pero mis ojos no alcanzan

para verte,

no sirven para detener

tu tiempo chiquito.

Y ríes de la vida

porque tu vida somos nosotros

que necesitamos tus ojos azules

para seguir,

y ríes,

y nunca dejes de reír, pequeño,

que nosotros

de tus ojos y de tu risa

somos…

(Ponce, 2011, p.20)

De allí que nosotros afirmemos que este tipo de práctica de resistencia tuvo características femeninas porque Ana María  subvirtió los roles familiares que naturalizan  los sentimientos y la ética del cuidado como propios de la mujer; he hizo de esto su sostén para seguir viviendo. 

Para Jelin “la represión tuvo especificidades de género” (Jelin, 2002, p.100). La policía y las fuerzas armadas en tanto Institución masculina y patriarcal ejecutaron mediante la tortura y la prisión un acto de «feminización» en el sentido de transformar a los detenidos en seres pasivos, impotentes y dependientes. Testimonios de ex detenidos dan cuenta de que tal situación era vivida como una pérdida de hombría, de verse “forzado a vivir «como mujer»”.

Pero esta práctica que tuvo como objetivo la destrucción de la integridad, operó de distinta manera entre algunas de las prisioneras que encontraron en ese rol la fuerza para sobrevivir. El vivir «como mujer» les permitió establecer lazos de solidaridad con otras prisioneras y también resignificar esos lugares naturalizados de género para romper con la lógica militar. Esta situación nos estaría señalando que las resistencias fueron posibles también en tanto que fueron colectivas y es gracias a ellas que prisioneras como Ana María encontraron el impulso para  «rehacer» el mundo que los torturadores quisieron destruir.

Imagen de Pablo Bernasconi

No lloro.

He crecido

alimentándome de

vos,

de él,

de todo

lo que ya no tengo

he crecido

hacia la vida,

con lo que

viene de la muerte,

con las sombras

que quedan

flotando,

imperceptibles,

rozándome las manos.

Cierro los puños

con fuerza

cierro los ojos

cierro la boca

calladamente

mientras dentro de mí

un arrebatado

remolino

de ideas

crece,

crece

para que nadie nos derrote.

(Ponce, 2011, p.92)

En este poema (que no es el único) podemos leer la apelación que la escritora hace a un “nosotros” y nos abre la posibilidad de cuestionarnos si esos afectos a los que la  poeta vuelve siempre, no son solamente su hijo y su pareja, sino también todos sus otros compañeros y compañeras de lucha. 

Debemos tener en cuenta que la idea de familia tradicional era uno de los puntos que la revolución pretendía cambiar. En Moral podemos ver que para crear un “mundo nuevo”, debían ponerse en marcha varias acciones y una de ellas era la configuración de una moral revolucionaria que cuestionara los principios y valores impuestos hasta entonces.  

Las formas de concebir la maternidad, la pareja, el amor, la crítica de la frivolidad burguesa y la reivindicación de un sentido denso, trágico, pleno de la vida, operaba como la condición de visibilidad del cuerpo, que era necesario poner en la guerra revolucionaria, pero también como renegación de su vulnerabilidad, de su fragilidad, del dolor (Ciriza, Rodríguez Agüero, 2005, p7)

Más adelante las autoras señalarán que si bien ésta es una mirada sobre la construcción de la subjetividad de los militantes, ello no debe invisibilizar que el deseo de la revolución también implicaba “la alegría de la fiesta colectiva, el sueño utópico y sin concesiones en nombre del cual la vida propia nada valía sin la revolución” (Ciriza, Rodríguez Agüero, 2005, p.7)

Hay un total de 29 poemas en el libro de Ana María, de modo que la elección de unos pocos resulta no sólo arbitraria sino también insuficiente para dar cuenta del cúmulo de las sensaciones, emociones y estados de ánimo por los que ella atravesó durante sus meses de cautiverio. Lo cierto es que le permitieron “fugarse” de la realidad concentracionaria.  Dice Calveiro (2004) que cuando el prisionero “logra escapar a la idea del campo como única realidad (…) ha ganado una parte de la batalla” (p. 65).

Imagen de Mirian Luchetto
Imagen de Mirian Luchetto

Apelar a los afectos es doloroso implica recordar lo que ya no está “Siento que los recuerdos vuelven, me -duelen. /Me hieren” dice Ana María, pero el recuerdo es también la condición de posibilidad para romper el aislamiento real y falso que le propone el campo de concentración “con unas pobres palabras dolidas/Estoy aquí queriendo recuperarte” (Ponce, 2011, p.44). El suyo es el lenguaje del dolor.

Frente al dolor, se encuentra el Horror que es “sobre todo, un espectáculo—el espectáculo más extremo del poder” (Rivera Garza, 2011, p.10) porque pone en funcionamiento determinadas prácticas que, por su crueldad, buscan que no pueda hablarse de ellas. El horror paraliza a las personas, su espectacularidad impide articular palabra. Rivera Garza se refiere a la situación del México actual y al accionar del “narcoestado”, pero esta conceptualización bien puede aplicarse para los Campos de Concentración argentinos. 

Los CCDTyE permitieron diseminar el terror en todo el cuerpo social, no solo por las víctimas que lo poblaron o por su ubicación (la mayoría de ellos estuvieron emplazados dentro del radio urbano) sino también por la impotencia que producía un saber a medias ¿adónde iban a parar las personas que el ejército y la policía se llevaban? ¿Qué pasaba realmente dentro de esos establecimientos? En la Argentina de la Dictadura las prácticas genocidas se dirigieron a la sociedad. Sobre ella “debía deslizarse el terror generalizado, para grabar la aceptación de un poder disciplinario y asesino” (Calveiro, 2004, p. 95). Al terror sobrevino la parálisis, “esa parálisis, efecto del mismo dispositivo asesino del campo, es la que invade tanto a la sociedad frente al fenómeno de la desaparición de personas como al prisionero dentro del campo” (Calveiro, 2004, p. 31).

Entonces la tortura, los más crueles ultrajes, la desaparición y la muerte están articulados estructuralmente para provocar una parálisis generalizada, ya sea que estemos hablando de la Dictadura Cívico Militar Argentina o del México Calderonista.

La opción frente a ellos es la escritura desde el dolor, práctica de resistencia que rompe con el mutismo. El dolor de Ana María por sus seres queridos, hace que intente atraparlos a través del recuerdo. En sus versos evoca momentos reales o no, pero constitutivos de su mundo íntimo y afectivo donde el poder concentracionario no puede llegar, “Aquí/, estamos/, estás / estamos/, vos, yo, /todos/. Mientras mis manos / puedan escribir / mientras mi cerebro / pueda pensar, /estaremos / vos, yo, todos. / y habrá un mañana” (Ponce, 2011, p. 94). El cuerpo torturado de la prisionera, el cuerpo vejado, se niega a la inmovilidad permanente, se niega a la incapacidad de articular las palabras“cuando todo enmudece, cuando la gravedad de los hechos rebasa con mucho nuestro entendimiento e incluso nuestra imaginación, entonces está ahí, dispuesto, abierto, tartamudo, herido, balbuceante, el lenguaje del dolor” (Rivera Garza, 2011, p.14).

Conclusión 

Los versos de Ana María nos siguen interpelando hoy 42 años después y la necesidad de dar cuentas de sus palabras se nos impone como una necesidad política: la de dolernos. A ello nos invita Cristina Rivera Garza a decir “en el más básico y también en el más desencajado de los lenguajes, esto me duele” (Rivera Garza, 2011, p.14).

Cuando Ana María escribe “mi chiquitín, /cuánto tiempo, /cuánto dolor/, cuánta distancia/, tal vez volvamos a vernos, /pero si no volvemos a vernos/quiero, por favor quiero/que en medio de tus confusos recuerdos/ busques mi cara (Ponce, 2011, p.82). Quienes la leemos, cuatro décadas después, sentimos vivo el dolor de una mujer, a quien de golpe privaron del amor de su hijo. Con el peso de la absoluta incertidumbre sobre su destino y el de sus versos; la poeta añora, duda y suplica ser recordada. Su dolor se ha hecho nuestro, sus palabras nos traspasan porque quizás, “es lo que escribiríamos en caso de que escribiéramos” y nos exigen también no olvidarla y a través de ella a todos nuestros desaparecidos “porque a través de ese artefacto rectangular que es el libro nos comunicamos con nuestros muertos. Y todos los muertos son nuestros muertos” (Rivera Garza, 2011, p.174).

 “¿Puede la escritura, de hecho, algo contra el miedo o el terror?”, se pregunta la escritora mexicana, “mi respuesta sigue siendo Sí” (Rivera Garza, 2011, p.177). Ana María nos diría lo mismo. No pudieron sus versos detener “la bala” que la mató, no sirvieron de escudo, pero si fueron y son prácticas de resistencia para encarar la muerte.

Creemos que, para la construcción de nuestro pasado reciente necesitamos múltiples voces que den cuenta del mismo. Los poemas rescatados del horror son testimonio vivo para pensar en el vínculo entre literatura y sociedad “un poema invita a sentir. Más que eso: te invita a responder. Aún mejor: un poema invita a una respuesta total. Esta respuesta es total, en efecto, pero se formula a través de las emociones” (Rukeyser citado en Rivera Garza, 2011, p. 161). Asumimos que incorporar los deseos, los afectos y la imaginación en el proceso de conocimiento impulsa el trabajo, el diálogo por nuestra memoria, la que “raras veces puede ser hecha desde afuera, sin comprometer a quien lo hace, sin incorporarla subjetividad del/a investigador/a, su propia experiencia, sus creencias y emociones” (Jelin, 2002, p.3).

Bibliografía 

  • Abalos Testoni, P., Grassetti, J., Contreras, N.,  Riveiro, M.B y Silveyra, M. (2015) El “trabajo esclavo” en ESMA Aportes para comprender el funcionamiento y los efectos dentro y fuera del sistema concentracionario de esta práctica genocida. Tela de Juicio: Debates en torno a las prácticas sociales genocidas 1(1). Recuperado de  https://asistenciaquerellas.files.wordpress.com/2015/12/tela-de-juicio.pdf
  • Alvarado, M. (2017). Interrupciones en Nuestra América, con voz de mujeres. En Mariana Alvarado y Alejandro De Otto (Ed.). Metodologías en contexto: intervenciones en perspectiva feminista, poscolonial, latinoamericana (pp. 33-49). Recuperado de http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20180209122042/Metodologias_en_contexto.pdf
  • Calveiro, P. (2004). Poder y desaparición: los campos de concentración en Argentina. Buenos Aires: Colihue SRL.
  • Ciriza, A; Agüero Rodríguez, E. (2005).Militancia, política y subjetividad. La moral del PRT-ERP. Políticas de la memoria: anuario de investigación e información del CeDinCi(5). Recuperado de http://www.cedinci.org/PDF/PM/PM_5%20compilada.pdf
  • Jelin, E. (2002). Los trabajos de la memoria. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Rivera Garza, C. (2011). Dolerse: Textos Desde Un País Herido. México DF: Surplus Ediciones.
  • Ponce, A M. (2011). Poemas. Buenos Aires: Jefatura de Gabinete de Ministros-Presidencia de la Nación.
Vivir el horror, escribir desde el dolor: Una reflexión en torno a los poemas escritos en la ESMA por Ana María Ponce
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