Anticipando, historizando, deviniendo: la cuestión de la temporalidad en las familias
Autoras: Lic. Margarita Caminotti; Lic. Dolores Iramain
“Cuando uno se desliza sobre hielo
quebradizo, la única salvación
está en la velocidad”.
Milton
«se responde, por así decir,
como Esopo en la fábula al peregrino
que pregunta cuanto falta para llegar:
“¡camina!”, le exhorta Esopo,
y lo funda diciéndole que uno tendría
que conocer el paso del caminante
antes de estimar la duración de su peregrinaje”
S. Freud
(Sobre la iniciación del tratamiento 1913)
A partir de la clínica…. Una consulta por un niño de 5 años (X) que en principio parece presentar episodios de encopresis retentiva (retención de las heces y escape mínimo que mancha el calzoncillo) y también muerde; muerde objetos, preferentemente una mesa de noble madera que quedó roída en sus bordes por acción de las mordeduras. La historia familiar reciente de la familia sorprende a la psicoanalista por la cantidad de cambios en relativamente poco tiempo. En los cinco años de X nacieron dos hermanitos, se mudaron de casa (de un departamento pequeño a una casa amplia cedida por un familiar por línea materna que emigró a otro país), sumado a un abuelo materno muy querido para X que también se fue del país. Cambio de colegio, de escolaridad simple a otro que ofrece doble escolaridad, cambio de niñera, de una mujer mayor a una joven, “cama adentro”, proveniente de otro país.
X y su hermana dos años menor, pasaron del co-lecho con los padres, al co-lecho entre ellos _ porque explican que en la casa ya amueblada, había una cama grande, donde se ubican ambos niños. Resulta significativo señalar que la mamá se encuentra preocupada por que la niña también muerde a sus compañeros de guardería, de manera sistemática.
¡Cuántos cambios en poco tiempo! cuántas “mudanzas” para procesar psíquicamente tanto el niño por el cual consultan como la familia. La terapeuta tiene la impresión de un ritmo vertiginoso en el “clima” familiar, teñido de cierta impaciencia para lograr las modificaciones que se esperan de X; ¿pero por qué esperar? si todo se ha dado con el niño tan precozmente según las narrativas parentales. Al respecto relata que X habla desde muy temprana edad, con un vocabulario amplio, demuestra razonamientos de una inteligencia destacable, pasa varios días en casa de abuelos o tíos sin extrañar, ni solicitar retornar a su hogar.

¿Tendrá esto relación con la conducta de “retener” de X? El morder y roer querrá significar dejar una marca persistente y a la vez, aferrarse con “uñas y dientes” (al menos sí con dientes) para no ser arrastrado en el ritmo que se le impone?
Esta situación clínica nos llevó a pensar en los tiempos que requiere la psique y los conjuntos intersubjetivos para metabolizar, procesar o elaborar los cambios. “Tiempos” que no son cronológicos, al intervenir la atemporalidad del inconsciente.
En la sesión psicoanalítica, en el recorte de este material presentado, se traduce este ritmo en una necesidad de la terapeuta de “dar tiempo”, poner una pausa, un lapso de espera; es la reflexión que se va haciendo in situ.
“Pero la práctica analítica, como lo entiende cualquiera desde su taller, se juega en la parsimonia y la espera” dice Rafael Paz (2002) (en la Introducción del libro Psicoanalistas, un retrato imposible). Y agrega: «hay mucho de sostén, incertidumbre, tanteos, preparación de caminos…. Para lo cual es crucial dar cabida a la heterogeneidad de los materiales» que se despliegan en una sesión.
Tal vez a esta familia les resulta problemático realizar estos trabajos psíquicos. Esperar sin precipitarse: por ejemplo, en una entrevista familiar X dice “me tiro un pedo, con olor a caramelo” acompañado de una sonrisa pícara, una rima que apresuradamente es sancionada por padre y madre. Semejante acto de simbolización de un niño de cinco años es rechazado, de esas cosas asquerosas no se habla. Cómo sería posible que X no se manche el calzoncillo, si se le obstaculizan otras vías para simbolizar, bordear la analidad, aquello que retiene hasta mas no poder. ¿Solo se trata de retener? o ¿se trata también de armar algo? vía trabajo psíquico, X propone caminos que son desestimados, rechazados por la familia. No hay tiempo para el rodeo, entonces la sesión se ofrece como espacio-tiempo, donde son posibles las rimas de pedos con olor a caramelo y muñecos que caen a la caca, que dibujamos con emoticones de cacas con distintos gestos (sonrientes, enojadas) que propone X .
Un niño independiente con significativos logros intelectuales para su edad. Al respecto tomando a Puget, Braun y Cena (2018), deseamos señalar “que la construcción de la subjetividad en un niño o niña, nunca es un proceso lineal. Se alternan y a veces, se imbrican, elementos netamente subjetivantes con otros que impiden la subjetivación o tienen efectos desubjetivantes. De ahí que la subjetividad siempre sea “ese resto que queda” como señaló Agamben (2004) en esa lucha que se da, entre ambos factores”.
Tomando en cuenta esta situación clínica, nos empezamos a plantear la cuestión de la singularidad de cada familia para trabajar la temporalidad. En el material clínico, la sucesión de modificaciones en el devenir familiar parece no darles tiempo/espacio psíquico para procesarlas adecuadamente.

Atemporalidad del inconciente….dimensión de la temporalidad en cada familia … muchos cambios, pero hay transformación? Hay tiempo para tolerar la incertidumbre, hacer tanteos, preparar caminos, como dice el autor?
Un primer acercamiento. Podemos abordar la temporalidad en la familia en el sentido del tempo en música, que remite a la velocidad con que debe ejecutarse una pieza musical o sea, a qué velocidad se lleva la pulsación dentro de una obra musical. Las oscilaciones entre la espera y la precipitación, entre urgencia y parálisis en el ritmo del funcionamiento familiar, nos dan pautas de este tempo.
Por otra parte, algunos la consideran una categoría o dimensión que se adquiere en el proceso de estructuración psíquica, aportando a la comprensión de la categoría espacio/tiempo, y esta última relacionada con la experiencia de presencia-ausencia, como secuencia de un antes y un después; adscripta al preconsciente y formando parte de las representaciones de palabra.
Recordemos que para el psicoanálisis, la adquisición de la temporalidad es temprana en la constitución psíquica; Piera Aulagnier (1988) expresa que “la organización fantaseada -propia del proceso primario- instaurará las referencias que le permiten al fantaseante cohabitar con pulsiones diversas, no estar fijado a un representante exclusivo, ubicar los jalones de una primera localización en la sucesión de sus experiencias, embrión necesario para el acceso del sujeto a la temporalidad, a una historia, y a la problemática identificatoria característica del yo…de allí la función historizadora del YO y su capacidad de investir el futuro y la capacidad de investir pasado”.
Si la temporalidad está asociada a la posibilidad de historizar, la entendemos no como secuencia lineal de los acontecimientos y sucesos del pasado, sino como un pasado historizado en el presente. Un tiempo lógico, no cronológico, donde se juegan la anticipación, la retroacción, la acción diferida o “apres-coup”.
Cuando una familia nos relata su historia o sus historias, arma, y a la vez recrea, su temporalidad apelando a un reordenamiento de sucesos, con olvidos y recuerdos que aporta cada uno de sus miembros, conformando una construcción conjunta que da cuenta del reconocimiento de un devenir o de un anclaje en un tiempo congelado de una narración “oficial”.
Silvia Gomel(1997) se pregunta cuál es la noción de temporalidad aplicable a la transmisión transgeneracional, y agrega: “no me planteo otra temporación que la retroactiva en las cuestiones ligadas a lo transgeneracional. La historia de una familia se construye en su transmisión.” Resaltando la función del apres-coup“ en las complejas relaciones entre trama familiar,transmisión y efectos de subjetividad.”
Aquí nos preguntamos ¿Cuánto de lo epocal se hace subjetividad en el manejo de la dimensión temporal?
Un rasgo característico de nuestra época es la velocidad, que se infiltra en todos los niveles de la vida (en la vida cotidiana, en la familiar) tiñendo la competencia entre sujetos, grupos e instituciones. Dando lugar a un tipo de “subjetividad social que se destaca por la necesidad perentoria de inmediatez, el empuje a procesos acelerados, la búsqueda permanente de éxito, la presión por competir y estar siempre en el lugar de los ganadores, el alejamiento de sentimientos de dolor y la sustitución del placer y del dolor por las categorías de éxito o fracaso.” (Puget, Braun y Cena, 2018)
Dos consideraciones podemos apuntar al respecto: ¿no es algo de todo esto lo que vemos y experimentamos en la clínica?, y a la vez, ¿no estamos nosotros como terapeutas también subjetivados en las mismas pautas?
Estimamos que dicha descripción se complejiza si tomamos algunas ideas del filósofo Biung–Chul Han. El autor escribe quela “crisis temporal hoy no pasa por la aceleración. La época de la aceleración ya ha quedado atrás. Aquello que en la actualidad experimentamos como aceleración es solo uno de los síntomas de la dispersión temporal.” Afirma que “la crisis de hoy remite a la disincronía. El tiempo carece de un ritmo ordenador. De ahí que pierda el compás. La disincronía hace que el tiempo, por así decirlo de tumbos. El sentimiento de que la vida se acelera, viene de la percepción de que el tiempo da tumbos sin rumbo alguno.” y agrega que «la responsable principal de la disincronía es la atomización del tiempo […] La dispersión temporal no permite experimentar ningún tipo de duración. No hay nada que rija el tiempo. La vida ya no se enmarca en una estructura ordenada ni se guía por unas coordenadas que generen una duración. Uno también se identifica con la fugacidad y lo efímero. De este modo uno también se convierte en algo radicalmente pasajero”.
Si la aceleración presupone caminos unidireccionales, lo que observa Han es un tiempo desbocado, que se precipita como una avalancha perdiendo la dirección.
Esta aceleración, esta fugacidad, esta atomización las suponemos emparentadas con la modificación de una idea de futuro, que mutó de una esperanza del progreso indefinido que resolvería las incógnitas que la ciencia y la tecnología no habían resuelto aún, a una posterior visión amenazadora de futuro, consecuentes al abuso de esas mismas herramientas. Que lanza a sus actores a la incertidumbre. Alojarse en esta incertidumbre, puede también dar lugar a nuevos posicionamientos y formas de pensar no deterministas.

Han plantea que “El tiempo histórico, tiene la forma de una línea que se dirige a un objetivo. Cuando la línea pierde su tensión narrativa se descompone en puntos que dan tumbos sin dirección». El autor escribe que en esta época “La historia deja lugar a las informaciones las que se caracterizan por carecer de amplitud y duración narrativa. “No están centradas ni siguen una dirección. En realidad, la información presenta un nuevo paradigma. En su interior habita otra temporalidad muy diferente. Es una manifestación de un tiempo atomizado, de un tiempo de puntos. En este sentido “Las informaciones no tienen aroma, en eso se diferencian de la historia.” De esta manera llega a la idea de que el tiempo histórico construye una continuidad narrativa, “el tiempo histórico poseen una tensión narrativa. El tiempo está compuesto por un encadenamiento particular de acontecimientos.” Y agrega “El tiempo comienza a tener aroma cuando adquiere una duración, cuando cobra una tensión narrativa o una tensión profunda, cuando gana en profundidad y amplitud, en espacio. El tiempo pierde el aroma cuando se despoja de cualquier estructura de sentido, de profundidad, cuando se atomiza. Si se desprende totalmente del anclaje que le hace de sostén y de guía, queda abandonado. En cuanto pierde su soporte se precipita.”
Volviendo a la consulta, esta sucede al tiempo que es tendencia una App que permite sumarse años, envejecer, proyecta nuestra imagen en el futuro. Algo de ese futuro amenazante se capta por un instante a modo de imagen. Lo que nos permite pensar con Biung–Chul Han es que “Hoy en día, morir resulta especialmente difícil. La gente se envejece, sin hacerse mayor”.
Cuanto de lo descripto se hace texto en esta familia, y con ella en muchas de las familias que llegan entre tumbos, a esta consulta, precedida de otros tantos intentos fugaces, y en simultaneidad con otras consultas. Cuánto de esa sensación de tumbos, de desbocamiento impregnan los consultorios. Cuántas informaciones desprovistas de narrativas, de aroma. Cuantas mudanzas sin transformaciones, como las de esta familia, alojamos, acogemos e intentamos acompañar, no sin espera, como describe Han con cierto “arte de demorarse.”
Para concluir
Creemos que como psicoanalistas, y haciendo propias las palabras de Juan Vasen, es nuestra responsabilidad garantizar un margen de disidencia a la sujeción completa al guión temporal de cada época y un acceso a diferentes ritmos, temporalidades y nuevos sentidos que pongan paréntesis y pausas, que fomenten un relato matizado y aromatizado, no solo acelerado. Que posibiliten el sentimiento y el pensamiento que nunca van en una sino en diversas velocidades.
Tenemos la convicción que se construye, de- construye y re- construye en la experiencia de nuestro “taller”, que el arte de demorarse permite co – constuir narrativas que mojonen simbólicamente aconteceres veloces y atomizados, que den sentidos múltiples e interroguen aquello soldado de una vez y para siempre, que den lugar a las sensaciones, a los afectos, a la palabra y así establezcan condiciones de posibilidad de un pensar en el cual las tendencias desubjetivantes y subjetivantes permitan el predominio de estas últimas por sobre las primeras.
Creemos que el arte de la parsimonia instala una duración capaz de dar lugar a las experiencias y a su historizacion.
Escribe Juan Vasen “es entonces cuando la demora puede ser generadora semántica de experiencia, justamente de eso que nos sucede, nos compromete, trastorna y transforma.” “La demora aromática no solo tiene por función detener. También re- lanzar”.
Y entonces en ese espacio lúdico al que nos compromete profundamente la experiencia en el vínculo con el otro, y en el quehacer de la clínica, tal vez las heces retenidas, alcancen a transformarse en pedos, que a su vez puedan tener olor a caramelo, y a infinitos aromas, tantos como la demora pueda re–lanzar.
